Crecí en los años 80, y como muchos niños y jóvenes de nuestra generación me vi influenciado por películas como Moby-Dick y otras que trataban de la captura y persecución de las grandes ballenas, y sobre todo de las imágenes de aquellos valientes activistas ecologistas que intentaban parar los “balleneros” japoneses o noruegos, y que por desgracia, aunque ya no tenga tanta repercusión mediática, lo siguen haciendo algunos países saltándose la moratoria internacional de caza.
Los cetáceos son animales que fascinan a muchas personas, y el que les escribe no es una excepción. La majestuosa ballena azul, la orca o los mismos delfines siempre me han atraído, no sólo por su belleza y fortaleza sino por su amplio y complejo comportamiento social.
En especial me atrae el animal más grande que existe, que es un cetáceo, la ballena azul. Estos ejemplares suelen pesar más de cien toneladas y tienen una longitud de unos 25 metros. Debido a la caza, la población de ballenas azules, que se contaba por cientos de miles, disminuyó durante muchos años, hasta que a mediados de la década de 1960, al borde de su extinción, se inició su protección. Se considera que es el animal más grande que ha existido en el planeta Tierra. Y es que puede llegar a medir 33 metros de largo, mientras que los dinosaurios más grande de los que se tiene conocimiento hasta ahora no solían pasar de los 26 metros.
Pero por desgracia, no sólo la pesca masiva es uno de los grandes problemas de estas especies, sino que en los últimos años se han sumado problemáticas que hacen que la situación pueda deteriorarse aún más. Quizás lo más conocido, además de la pesca, sea el consumo de basuras marinas y la contaminación general de los océanos. Las basuras marinas son un creciente problema de contaminación en nuestros mares. Sus principales impactos en los mamíferos marinos son el enmallamiento que puede dar lugar a asfixia o estrangulamiento y el consumo, que puede obstruir el tracto intestinal de estos animales causando sensación de saciedad y disminuyendo su ingesta de comida con el consecuente deterioro de su condición y muerte en algunos casos. Además la contaminación de componentes químicos tiene un mayor impacto en estas especies por su alta longevidad (pueden llegar a los 70 años) que les hace “acumular” más concentraciones tóxicas.
No son solo estos peligros los que se esconden en el hábitat marino de los cetáceos. Existen más problemas, que aunque posiblemente de menor importancia (numérica), suman más incertidumbre al futuro de estas especies.
Hay que destacar el “ruido” submarino y las colisiones con embarcaciones. En Canarias tenemos buenos ejemplos de lo que significa estos peligros para cachalotes, delfines o zifios. Recordemos las múltiples colisiones de los medios de transporte marítimos que hemos tenido entre islas. El denso tráfico marítimo está organizado en dispositivos de regulación de tráfico, no obstante nuestras islas cuentan con importantes puertos, un gran número de embarcaciones recreativas y líneas regulares de transporte de pasajeros que viajan a velocidades superiores a 35 nudos. Se ha determinado que entre 1991 y 2007 el 11% de los varamientos en nuestras islas se debía a colisiones con embarcaciones. Con respecto al ruido se hicieron tristemente celebres la afección sobre nuestra fauna marina de las maniobras militares en las costas de Fuerteventura y Lanzarote en 2002 que dejó un saldo de casi una veintena de zifios muertos.

Es indudable también la mala influencia de ciertas prácticas de turismo de avistamiento, de la reclusión de animales en “atracciones” como los delfinarios o de algunas malas prácticas con respecto a la acuicultura. Por ejemplo, hace unos 15 años se produjo en el sur de Tenerife una importante interacción de los delfines mulares con las granjas de piscicultura de dorada y lubina. Los operarios de las instalaciones alimentaban directamente a los mulares que contaban así con una fuente de alimentación cómoda y estable, pero muy distinta de su dieta en condiciones naturales. Los delfines modificaron su distribución, alejándose de su zona y permaneciendo de forma habitual en las inmediaciones de estas instalaciones. Al constatar su presencia continua en la zona, barcos de todo tipo se acercaban a ver a los delfines. La instalación quebró en 2008 y al poco tiempo, las poblaciones de delfines mulares volvieron a ocupar su distribución original. Posiblemente, el poco tiempo que se mantuvo la interacción previno que se produjeran consecuencias más graves a nivel poblacional, pero sin duda son evidentes los peligros de esta práctica.
Pero seguramente el peligro mayor al que se enfrentan los cetáceos es el cambio climático. Esta consecuencia del desarrollismo sin medida humano está alterando las condiciones ambientales de nuestros mares y modificando su régimen de corrientes. En especies como los cetáceos, cuyos ciclos de vida se han acoplado durante miles de años a unas condiciones relativamente estables, los cambios que se avecinan tienen consecuencias impredecibles. Por si fuera poco algunos expertos certifican que la interactuación con la actividad humana (por ejemplo a través de las gaviotas que se alimentan en los vertederos cerca del mar) pueden generar virus y nuevas enfermedades en distintas especies (cosa que tienen en común con los seres humanos).
Todavía estamos a tiempo de parar las peores consecuencias de estos impactos sobre los cetáceos. En primer lugar apoyando la lucha contra el cambio climático y la contaminación de una forma coherente y decidida, tanto desde el punto de vista personal como político. Cada decisión personal tiene una consecuencia a nivel global en múltiples aspectos, de ahí la importancia de nuestras propias formas de consumo y de nuestra capacidad como sociedad para presionar a nuestros gobiernos. #NoHayUnPlanetaB