Canarias, asignatura pendiente en nuestra educación

El anuncio de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias de que eliminará del temario obligatorio de 4º de Secundaria la asignatura de Historia de Canarias no solo ha suscitado una fuerte polémica, sino que ha vuelto a poner sobre la mesa una deuda pendiente que tenemos con nuestro propio pasado.

Cuando estudié Bachillerato -la actual Secundaria- a finales de los 80 y principios de los 90, lo único que me enseñaron fue lo que un extraordinario profesor, Alexis Orihuela (al que aprovecho para hacer un pequeño homenaje con estas palabras), nos relató sobre la Guerra Civil y el Franquismo en las Islas. Aunque quería saber más, confiaba en que, en la universidad, al estudiar Geografía e Historia, tendría la oportunidad de conocer en profundidad nuestro pasado.

Recuerdo todavía mi cara de asombro cuando el primer año de carrera la profesora de Geografía de España nos dijo: “como Canarias es un espacio totalmente distinto, Macaronésico, no lo vamos a dar porque es demasiado temario”. Fue la primera señal de que, efectivamente, de entre las más de 30 asignaturas solo iba a encontrar una optativa sobre Canarias.

Y así, de la Facultad salían licenciados en Historia y Geografía sin un bagaje formativo canario, a excepción de quienes se especializaban en Arqueología, por el evidente peso del mundo aborigen, y de quienes, como yo, investigamos sobre ello de forma autodidacta.

Ya entonces no estábamos conformes con esta situación y algunos, a través del Sindicato de Estudiantes Canario (SEC), reivindicamos con la campaña ‘Canarias, asignatura pendiente’ que se incluyeran estos contenidos en el temario obligatorio. Nos sumamos de esta forma al movimiento de organizaciones sindicales como el STEC y la llamada ‘Escuela Canaria’.

No digo nada nuevo si afirmo que es un consenso pedagógico la conveniencia de educar y lograr un desarrollo de la infancia desde la valoración de su propio entorno y contexto. Se hace necesario no solo por ser una herramienta de aprendizaje fundamental sino porque genera un proceso muy positivo de reforzamiento de la autoestima en los niños y en los jóvenes.

Estas últimas décadas hemos vivido momentos importantes de cambios en la estructura del sistema educativo y en las metodologías de enseñanza. La incipiente incorporación oficial de los contenidos canarios al sistema educativo se ha hecho en este proceso de cambio. Se trata de incorporar a la escuela nuestro acervo cultural para lograr que el alumnado sea capaz de interpretar la realidad canaria actual y sentirse parte de una sociedad viva.

La integración de los contenidos canarios no se debe concebir en oposición al resto de los contenidos que configuran el currículo. Al mismo tiempo que el alumnado aprecia, valora y se implica en la conservación de nuestro patrimonio (en todos sus ámbitos, cultural, lingüístico, histórico, natural, etc.) se está capacitando para apreciar la diversidad del patrimonio cultural de toda la humanidad en sus diferentes manifestaciones y formas.

Los avances en los últimos años con respecto a los contenidos canarios en la educación son significativos. En las dos últimas décadas hemos dado pasos importantes, como la inclusión de los mismos en el currículo de varias áreas temáticas. De esta forma, en los años 90 la Consejería de Educación puso en marcha el extinto Programa de Contenidos Canarios, que constituyó un primer peldaño en la integración de contenidos específicamente canarios en los currículos y en la confección de recursos educativos propios para facilitar la labor docente.

En la actualidad existe de forma oficial una incorporación de los contenidos canarios a los currículos de Primaria y Secundaria. De hecho, la Ley Canaria de Educación, establece en su artículo 5.2.m el objetivo de “fomentar el conocimiento, el respeto y la valoración del patrimonio cultural y natural de Canarias desde una perspectiva de creación de una convivencia más armoniosa entre la ciudadanía y el entorno”.

A pesar de todo esto, tenemos la sensación que muchos docentes valoran más que el alumnado sepa el papel de ERC en la II República que sobre la figura de Franchy Roca; que sepa los ríos de la Península Ibérica y Europa antes que la geografía física peculiar de nuestras islas; que conozca mejor el águila imperial que el guirre o el lagarto gigante de El Hierro; o que conozca la lista de reyes visigodos antes de los menceyes y guanartemes.

Y yo soy de los que creo firmemente que unos conocimientos no deben ir en detrimento de otros, sino que deben ser parte de un todo complementario e integral educativo.

Desde mi punto de vista se deja demasiado a la buena voluntad del docente la incorporación de estos contenidos. Los currículos en determinadas áreas son demasiado densos, lo que lleva a algunos profesores a ‘priorizar’ contenidos externos y generalistas antes que los propios. Por otro lado, la formación del profesorado es insuficiente porque el propio sistema educativo universitario en Canarias no se ha caracterizado históricamente por una profundización en los contenidos propios en las antiguas licenciaturas y diplomaturas, actuales Grados. Valga como ejemplo el mismo Grado de Historia, donde de un total de unas 45 asignaturas, nos encontramos exclusivamente con dos asignaturas semestrales obligatorias de contenidos canarios.

Por todo ello, mi deseo y reivindicación no se queda exclusivamente en que Consejería de Educación del Gobierno de Canarias rectifique su primera decisión y mantenga como asignatura obligatoria la Historia de Canarias en 4º de la ESO, sino que impulse nuevas medidas para hacer más tangible nuestra historia y nuestra cultura en las aulas y que Canarias deje, por fin, de ser una asignatura pendiente.

El 12 de octubre, los símbolos y el nacionalismo

En todos los estados modernos que se han construido, ha sido muy importante la elaboración intelectual que las élites han inventado sobre tradiciones y la creación, con creciente aceptación popular, de símbolos, ritos, y otros rasgos de la memoria colectiva.

Partiendo de esta base y de lo difícil que es teorizar sobre este tema, la comparativa del nacionalismo español con el francés o el estadounidense no deja lugar a dudas de una diferencia abismal en su origen. Mientras que éstos últimos nacen de un mito rupturista, donde básicamente la construcción de la nación se basa en que los de abajo, o sea los ciudadanos (burgueses y colonos) conforman la nación contra los dominadores internos y/o externos (aristocracia e ingleses) y esa lucha inaugura el mito fundacional de la nación, en el caso español, en cambio, la construcción de los mitos nacionales ha sido patrocinada y controlada por el poder absoluto, primero por las monarquías y después por las dictaduras del S.XX. Veamos.

Mientras que los símbolos, como la bandera, el himno o la fiesta nacional en Francia o EE.UU provienen de esa confrontación contra el poder y de procesos revolucionarios colectivos, en España la cosa es diferente, o más bien contraria.

En el estado español, la bandera en su origen es una enseña de la marina de guerra que finalmente instaura la monarquía a partir de 1908, nada que ver con la tricolor francesa. El himno, al contrario que La Marsellesa, se utilizaba como marcha real desde el S.XVIII. Por su asociación a la monarquía en su versión más reaccionaria, los liberales usaban el himno de Riego, que llegó a ser declarado himno oficial. La vinculación de la marcha real con el absolutismo, la falta de letra y su tardía implantación (se hizo oficial en 1910) impidió cumplir una función “nacionalizadora” como en otros estados.

Al igual que estos símbolos, la fiesta nacional, que se celebra este 12 de octubre (básicamente con un día de vacaciones y un desfile militar) nunca ha creado entusiasmo colectivo. Se instaura en 1918 como suma de cuestionables mitos, concretamente, como Día de la Raza (!), día de la Hispanidad, del descubrimiento de América y de la Virgen del Pilar. La comparación con el 4 o el 14 de julio no aguanta comentario serio. De poder lograr algo parecido en España, la fecha podría haber sido el 2 de mayo, y de hecho las Cortes (liberales) de Cádiz proclamaron esa fecha festiva, pero fue el rey Fernando VII (otra vez la monarquía) la que paralizó su instauración por sus connotaciones liberales.

Así pues, desde mi punto de vista, el fracaso para establecer un mito colectivo español se puede basar en varias cuestiones. Una primera, aunque quizás no la más importante, es la competencia establecida con la Iglesia Católica para controlar el espacio público y su ámbito simbólico. En segundo lugar y más importante es comprobar el fracaso de un proyecto nacionalista de corte liberal que dejó en manos de los sectores más reaccionarios de la sociedad el monopolio del españolismo. De esta forma, los mitos “nacionales” han quedado asociados a esa interpretación conservadora y de las recientes dictaduras, ya que los símbolos siguen siendo los mismos que los de aquellas.

La creciente normalización democrática desde los años noventa, la generalización de la simbología a través de los medios de comunicación y las más recientes victorias deportivas pueden dibujar un marco de normalidad, pero no es así. Una gran proporción de gentes de todos los territorios que piensan y se consideran de izquierdas rechazan (con distinta graduación) la citada simbología y los significantes del 12 de octubre. Así como muchas personas que viven en el País Vasco, Galicia, Cataluña, Valencia o Canarias no soportan esta simbología española no sólo porque puedan ser nacionalistas sino porque el historial de exclusivismo de la simbología española ha sido negacionista y agobiante (y a ésto no ayuda el nacionalismo exacerbado del que hace gala el principal partido conservador estatal, el PP).

Personalmente, simplemente me siento un canario que vive en el mundo. Los símbolos que me enamoraron en mi infancia y juventud no fueron ni la rojigualda ni la marcha real, juro que no lo hice con ninguna intención malévola. Espero que los españoles tolerantes (nacidos en cualquier sitio) que lean este artículo piensen en los argumentos aquí esgrimidos y entiendan un poco más a gentes que pensamos y sentimos como yo.

Solo me gustaría que en el futuro, una España republicana, más democrática, más plural, más justa, más moderna, más laica, y más tolerante lograra celebrar un “día de fiesta” que me motivara a brindar por ella y apostar por un estado diferente a construir entre todas las personas y los pueblos colectiva y fraternalmente.